Con un pájaro entre los dientes
Con un Pájaro entre los dientes.
a Samantha Schweblin
Lo cazó en pleno vuelo mientras se deslizaba por el aire helado, disfrutando de la perspectiva. No era un pichón. Sus enorme alas brillaban al sol de un día despejado, glorioso. Ascendía y descendía a una velocidad acolchonada. Dueño del paraíso. ¿A dónde más volar? Su secreto era permanecer planeando mientras aguantaba ese goce que le agitaba violentamente su diminuto corazón de aguilucho. Orgulloso el bicharraco.
Él, apenas un adolescente, jugando a ser grande con una escopeta que casi no podía sostener. O un grande jugando a ser adolescente, con una escopeta que casi no podía sostener. Definitivamente tenía puntería el hijo de puta.
Le pegó de lleno en medio del pecho. El cielo enrojeció de furia (o de sangre). Volaron sus plumas en cámara lenta. Cayó su cuerpo en picada dando vueltas y vueltas en círculos hacia la tierra prometida , destino inexorable. Explotó entre las piedras. Todo fue silencio. Sobre su cuerpo aterrizaron, tardías, algunas de sus plumas. ¿Deseaban enterrarlo dignamente?
Luego de un rato llegó el “spaniel”. Lo olió, se le escapó un ladrido triunfante y lo recogió con sus colmillos. Ya frío el cuerpo chorreaba sus últimas gotas de sangre. Se alejó trotando hacia su dueño con el pájaro entre los dientes. Se posicionó frente a ese hombre contrahecho como si fuese un dios y soltó a los pies del asesino su presa. El cazador deportivo, que no sabe jugar con los de su propio tamaño, le clavó una especie de lanza, se lo cargó al hombro y desapareció.
Y si, así pasa. Un tiro en el medio del pecho te baja del paraíso para morir en el acto y terminar en la lanza de un cobarde que, en una milésima de segundo y sin el menor remordimiento, te da de comer a los perros.
Caro Capurro